Por Franky Tortosa
Son
ya 31 años los que me contemplan, con todo lo que ello conlleva para lo bueno y
para lo malo. ¿Lo bueno? Que ya tengo barba cerrada, ¿lo malo? Que siempre
tengo la sensación de que me quedan cosas por hacer. Aún cierro los ojos y
recuerdo mi infancia en Menorca,
mucho más paraíso desde que no estoy allí, y si cierro aún más fuerte los ojos,
también puedo recordar mi primer contacto con la Fórmula 1. Fue en 1991, y ese día por lo que fuera, mi padre
después de un día de trabajo, apareció por casa con un pequeño y brillante monoplaza
azul y amarillo de juguete dentro de una cajita en la que ponía en letras bien
claras:
Nigel Mansell   Canon Williams-Renault Team (1991)
En
casa, mis padres nunca han sido grandes aficionados al mundo del motor (ni pequeños
tampoco), pero a pesar de ello, y al igual que a mis hermanos, nos llenaron de
grandes valores que les agradeceré eternamente, y me enseñaron a valorar en su
medida los regalos que recibíamos, así que dentro de las capacidades limitadas
de un niño de 7 años, intenté averiguar quién era ese tal “Nigel” que tenía un coche tan raro descapotable y con las ruedas
por fuera. No sabría decir cómo, porque mi memoria no abarca tanto, pero
descubrí que no sólo no era un desconocido, sino que tras él había un mundo tan
extenso y emocionante que desde entonces, la F1 siempre ha estado presente en mi vida, de un modo u otro, en
mayor o menor medida, pero recordándome lo que un juguete puede hacer en la
vida de un niño.
Soy
un aficionado más, uno de los millones que abundan en cada rincón del mundo, y
como tal, me gusta pensar que mi experiencia a lo largo de tantos años de
seguimiento, me da un punto de vista bastante acertado sobre qué es la F1. Me sorprende ver que hay gente que
es capaz de recordar detalles técnicos de todos y cada uno de los motores,
escuderías, pilotos y grandes premios a lo largo de los años, cuando yo a duras
penas soy capaz de recordar que pasó hace 2 o 3 temporadas. Supongo que esa
gente sentirá más pasión que yo, o directamente tienen más memoria, porque
sinceramente hay mil cosas que no puedo recordar y si, lo confieso, más de una
vez me he quedado dormido viendo una carrera (sacrilegio!). Creo que eso me
convierte en un simple seguidor, no en un purista, porque a veces tengo la
sensación de que solo ciertas firmas de pedigrí pueden hablar de pleno derecho
sobre la F1 esgrimiendo su memoria histórica como bandera y estandarte del
motor escrito.
(Marc Gené, Minardi M02, 1999)
Me emocioné
cuando supe que Marc Gené se subía a
un Minardi en 1999, pensando que era
la leche que un piloto español llegara a la F1, sin saber que ya había habido pioneros muchos años atrás, pero
me daba igual, Marc Gené y Pedro Martínez de la Rosa estaban en mi
edad de adolescencia (léase del pavo) y todavía noto el sabor de los mil bollos
de cacao (no quiero hacer publicidad gratuita) que comí intentando conseguir
sus pegatinas. Viví esa temporada y las siguientes con el placer de ver como
una Fórmula 1 tiranizada por Ferrari y por Schumacher, acababa con la paciencia de los aficionados, porque
donde los demás veían aburrimiento, yo veía maestría técnica y de pilotaje. Y
entonces pasó, llegó Fernando Alonso
de la mano Flavio Briatore, y llenó
nuestras pantallas de nuestro querido deporte, un boom que pese a lo que odio a
Telecinco, hizo que llegara a todos
los hogares de España. Lobato y su
sano fanatismo se convirtieron en la banda sonora de mil domingos que siguieron
llenando mi mundo de ruido y olor a goma.
(Pedro Martínez de la Rosa, Jaguar, 2001)
Un juguete,
ese es el comienzo de una pasión, y que hoy, con 31 años, y pese a ser
consciente de que soy un anónimo en un mar de profesionales, me ha llevado a
intentar transmitirla por escrito. Me dejo muchas cosas en el tintero que sería
demasiado extenso contar, pero al igual que Bernie, seguiré fiel, como dije al principio, para lo bueno y para
lo malo.
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